SAGRADO
Con
la primera lámpara a punto de apagarse, comprobó el estado del yeso en la
pared. Aún estaba fresco, húmedo, pero no demasiado. Justo a punto para empezar
el trabajo. Miró a su compañero, el albañil que había dado aquella capa en la
pared, y asintió. El albañil asintió a su vez, satisfecho. Encendió dos nuevas
lámparas, una a cada lado del pintor, y se retiró.
Sólo
el pintor debía ver aquella obra. Nadie más.